martes, 29 de octubre de 2013

"SANGUIJUELA" MORGAN

Violentos saqueos, terribles violaciones y cruentos asesinatos jalonaban la reputación del más sanguinario de cuantos piratas surcaron las Antillas. Su sola mención provocaba temblor en el capitán más aguerrido, pero apenas nada se conoce de los avatares acontecidos durante la infancia de Morgan.  Aunque conviene recordar que ningún niño nace malo.


Los rumores hablaban de un crío subastado por sus padres al primer postor, que creció  sirviendo en los peores galeones y seccionó la garganta de un patrón que intentó abusar de él, obteniendo así el mando de su primera embarcación: una modesta fragata que capitaneó, con firmeza, a la temprana edad de trece años. Muchos recorrieron la quilla hostigados por su espada, decenas de navíos se hundieron tras su asedio y otros tantos fueron desvalijados sin dejar otro testigo que las gaviotas.

No es de extrañar el apodo de “Sanguijuela Morgan” que el pirata aceptaba con orgullo, aunque este le condenara a una existencia solitaria: Protegiéndose de los numerosos enemigos que sus asaltos le habían granjeado y desconfiando de sus pocos amigos pues suponía que solo el interés les movía.

Golpe tras golpe, Morgan amasó tal fortuna que no sabía qué hacer con ella y una de sus frecuentes noches de borrachera, aceptó la invitación de un armador e invertir en la construcción de navíos.  Toda vez era socio, quiso conocer los entresijos del negocio e ideó que, en lugar de las costosas importaciones de madera de cedro, podrían fabricar con maderas de árboles de crecimiento rápido, procedentes de comarcas cercanas. Aquella idea impulsó la naviera y aunque sus barcos no gozaban de buena reputación, sus precios multiplicaron las ventas al punto de que Morgan decidió abandonar, para siempre, el oficio de pirata.

Reconvertido en próspero empresario, Morgan planeó su siguiente paso: establecerse y contraer matrimonio. Adquirió una finca de cientos de hectáreas y pagó al jefe de una tribu, la dote de una princesa india de ojos esmeralda. Sin embargo, su matrimonio no era dichoso pues su esposa no se acostumbraba a los modos de la ciudad, echaba de menos a los suyos y se resistía a entregarle un heredero.  Por todo recurso, Morgan colmaba a su princesa de bienes: joyas, vestidos y zapatos, cuando lo que ella anhelaba era bailar descalza con los de su tribu.

Una noche, la tragedia irrumpió en el hogar de Morgan.  Tras una vida de asesinato y latrocinio, le sobraban enemigos y uno de ellos penetró en su vivienda con objeto de ejecutar la venganza contra aquel que había arruinado su vida.  Sigiloso subió las escaleras, entró en la habitación de la esposa y atravesó su yugular a golpe de cuchillo, con la misma impiedad que Morgan al hundir su navío. Acostumbrado a dormir un sueño ligero, los movimientos del intruso alertaron al pirata que, empuñando su espada, salió del dormitorio, encontrando al intruso con las manos aún teñidas de sangre. Morgan no tardó un segundo en entender lo sucedido, atravesando con su espalda al asesino en un acceso de ira.

Morgan pasó las siguientes semanas preso de la desolación y el tormento: ¿Cómo se podía haber descuidado hasta tal punto? Su carácter, ya desconfiado, se acentuó y decidió que tierra firme no era lugar para un pirata, ni siquiera retirado. Preparó uno de sus barcos dispuesto a fijar residencia en alta mar, de donde solo regresaría para atender sus negocios. Así resultaría difícil cogerle desprevenido. Reclutó una tripulación compuesta de siervos y prostitutas pues no deseaba volver a sentir afecto hacía ningún otro ser humano.

Así pasaba Morgan sus días entregado a una constante bacanal que solo interrumpía, por momentos, para otear el horizonte en busca de asaltantes. Su vida carecía de más propósito que  escapar de la tristeza provocada por los acontecimientos recientes. Pero un día estalló una terrible tormenta: un aguacero acompañado de fortísimos vientos que zarandearon la embarcación hasta quebrar aquel barco construido con madera barata. La tripulación se apremió a huir a bordo de los botes salvavidas pero, al estar armados en el mismo material, no fueron capaces de enfrentar las violentas embestidas del mar, quebrándose en mil astillas. Morgan trató de bracear pero se hallaba lejos de la costa y con el oleaje embravecido, al cabo, desfalleció. Mientras se hundía en el océano, miraba como la superficie se difuminaba en un punto de luz cada vez más oscuro, cuando algo irrumpió en su campo de visión: una figura humana con cola de pescado. Una sirena avanzaba serpenteando hacia Morgan y cuando estuvo lo suficiente cerca, atrajo su rostro y le besó en la boca. Morgan experimentó la sensación de que podía respirar bajo el agua, justo en el instante en que perdía el conocimiento...

Se despertó en una cueva submarina  rodeado de sirenas y tritones que nadaban agitando sus extremidades. Morgan desconcertado preguntó acerca de quiénes eran.

- Somos los huéspedes del mar. Seres que huimos de la tierra firme como tú.... En cierto sentido, somos tus hermanos en la desgracia. Exiliados de tierra firme, no podemos ya volver allí pues nuestros cuerpos han cambiado como lo hará el tuyo si decides permanecer entre nosotros…

Aquellos seres de leyenda ofrecían a Morgan la posibilidad de acogerle y vivir con ellos: tan solo tenía que verbalizar su deseo, dado que el proceso solo se iniciaba a petición del interesado y una vez comenzado no tenía vuelta atrás. Morgan solicitó una noche para meditarlo. Se sentía confuso y no quería tomar una decisión en aquel estado. Las sirenas accedieron a la petición y Morgan se alejó paseando por el fondo marino hasta una roca junto al arrecife coralino.  

De una parte furioso con aquel mundo que le había negado toda posibilidad de redención, de otra se le antojaba irreal aquella existencia subacuática que le ofrecían... Tan absorto se encontraba en sus disquisiciones que no advirtió que alguien se aproximaba por su espalda, hasta que estuvo tan cerca que podía tocarle. Sobresaltado, Morgan giró sobre si mismo y encontró a la misma sirena de cabello rojizo que le había rescatado de una muerte segura.

- Morgan- dijo la sirena- no permanezcas entre nosotros.

- ¿Por qué dices eso, sirena?

- Hay algo que mis hermanas no te han contado y es que, a cambio de permanecer aquí, perderás, definitivamente, tu corazón.

- ¿Mi corazón? ¿Y para qué querría esa víscera inútil que no me ha ocasionado sino sufrimiento?

- Lo sé, Morgan, todos los que terminamos aquí vinimos porque, en un momento, decidimos renunciar a los dolores que nos infringía el nuestro. Sin embargo, no nos avisaron es que una vez renuncias a tu corazón, también se pierde la alegría, la sorpresa, el amor... condenándonos a una existencia grisácea y vagabunda bajo las aguas….

- No conozco otra clase de vida que la que lleva aparejados el dolor y sufrimiento, ¿por qué querría continuar con ella?

- Porque no es cierto que no conoces otra vida, Morgan. Todos los seres que habitan el mundo tienen el recuerdo de una vida mejor. Unos son capaces de alcanzarla, otros no.

- ¿Qué quieres decir sirena?

-¿Acaso todos tus crímenes, tus negocios, tus ansias de poder no eran un modo de conseguir el aprecio y respeto de tus semejantes? ¿Acaso no repartías el botín entre tu tripulación?¿Acaso no pagaste el jornal a los obreros de tu naviera y colmaste de regalos a tu esposa? En realidad, solo buscabas su cariño pero te equivocaste en el modo de obtenerlo. Siendo niño nadie supo explicarte cuál era el camino para lograrlo… y te dedicaste a impresionar al prójimo, a unos a través del miedo a otros colmándolos de bienes hasta enterrarlos en oro. Ninguno de esos dos era el camino...

- ¿Y cuál es el camino?- interrumpió.

- El amor, Morgan.

- ¡Paparruchas!- replicó el pirata-. El amor es un invento para seducir doncellas románticas.

- No me refiero a esa clase de amor exactamente. Se trata de amar al prójimo sin esperar nada de él. Ahí reside la esencia del verdadero amor. Ya es tarde para mí pero, observando desde aquí abajo,  he aprendido a mirar más allá de las apariencias… y descubierto que hasta en el interior del más feroz de los piratas, late un corazón herido cuyo dolor le empuja a comportarse como una bestia, impidiéndole alcanzar su autentico poder.

Las palabras de la sirena resonaron dentro del pirata, mientras esta se alejaba nerviosa, pues había revelado más de lo que estaba permitido, dejando a Morgan sumido en una confusión total…

El mar peinaba la playa con fuerza aquella mañana, cuando algo emergió entre las olas. Empapado, exhausto y tembloroso, avanzó hacía la orilla hasta derrumbarse en la arena. Morgan no estaba seguro de haber acertado en su decisión pero iba a concederse una nueva oportunidad. Por primera vez en su vida estaba actuando desde el corazón. El por qué, tras toda una vida de recelo, había decidido confiar en las palabras de aquel ser con cola de pescado sería el misterio que le acompañaría por el resto de sus días...

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