lunes, 18 de marzo de 2013

EL CAZADOR DE MILAGROS


El Conde Alarich, agonizando en su lecho con su mayordomo por único testigo, experimentaba un oceánico sentimiento de fracaso.

Siendo un niño y siguiendo costumbres de la época, su madre le llevó a una vidente para que le leyera el porvenir. La medium desplegó, ceremoniosa, sus cartas sobre el tapete y acarició los naipes para descifrar el mensaje que traían los arcanos. “Dedicarás tus días a buscar los milagros que pueblan el planeta, joven Alarich y serás el mensajero encargado de proclamar a la humanidad que no está sola y perdida como, a menudo, se piensa” dijo la vidente con voz que, a oídos de Alarich, no procedía de este mundo.

El niño, de naturaleza soñadora, pasó su infancia y adolescencia, fantaseando sobre el mensaje de la maga y anhelando el momento de ponerse en macha. En sus largos paseos en soledad por los jardines de la mansión familiar, escrutaba la hierba en busca de gnomos y mientras asistía a sus clases, fantaseaba con la idea de demostrar la existencia de hadas, sirenas y unicornios.

A la edad de veinticuatro años, dio por concluida su formación, preparó el petate y se prometió no regresar hasta haber descubierto todos y cada uno de los misterios de la Tierra. Acompañado de Hans, fiel mayordomo, emprendieron la marcha rumbo a lo desconocido. Atravesaron los valles del norte, donde el sol refulgía en la hierba con inusual belleza, sufrieron los envites del mar embravecido cruzando el estrecho de Bering, convivieron con nativos que no habían conocido otro hombre blanco desde la visita de Orellana y a cada tramo del camino, el misterio se desvanecía: Brujos que anestesiaban a sus fieles para doblegar su voluntad, apariciones que no eran sino elaborados efectos ópticos, monjes que levitaban merced a un sofisticado sistema de correas invisibles, deidades esculpidas en el molde de la ignorancia y el miedo…  Por más kilómetros que recorrían, no hallaban suceso capaz de sostenerse y la fe en el mensaje de la vidente se iba disolviendo en cada nueva etapa.

En una de aquellas jornadas, atravesando los montes Urales, fueron sorprendidos por una terrible ventisca, y aunque lograron completar su recorrido hasta la aldea más próxima, el frío de la helada se había apoderado de Alarich que tiritaba con los labios amoratados.  Alarmado por los temblores y las palabras delirantes de su señor, Hans partió en busca del doctor que confirmó el diagnóstico de pulmonía, contra lo que poco podía hacerse.

Mientras Hans cuidaba de su señor, administrándole caldo y cataplasmas calientes, Alarich observaba como la realidad se desvanecía en un remolino de oscuridad. Cuando perdió toda conciencia de su cuerpo, Alarich  supo de la inminencia de su muerte. Experimentó entonces una súbita visión: Emergiendo de la oscuridad,  un ser que se diría envuelto en un manto luminoso le habló con diez voces.

- Alarich, aún no te esperábamos...

- He fracasado en cuanto me propuse y la muerte es mi mejor consuelo.

- Pero, aún no has completado la misión que tú mismo escogiste...

- La misión es un error. Llevo más de diez años recorriendo el globo, renuncié a mi progenitura, continuar mi linaje y disfrutar de una confortable existencia  para dar tumbos por el mundo y no hallar suceso digno de ser presentado como milagro…

- Vuelve y aprende a mirar, Alarich….

Aquellas palabras resonaron mientras la oscuridad se disolvía, devolviendo a Alarich a su lecho mortuorio donde encontró un centro de magnolias, con que el mayordomo había decorado la estancia. Alarich detuvo su mirada en aquella formación de pétalos y estambres, organizados en perfecta sincronía para la perpetuación de la vida.  Se incorporó y abrió la ventana, tras la cual, el fuerte viento azotaba los abedules, diseminando las semillas que darían continuidad al majestuoso bosque que se exhibía frente a él. El sol comenzaba su jornada, alimentando a todos sus habitantes: Tal vez, no eran sino vulgares ardillas y tejones pero allí estaban componiendo el ciclo infinito a través del que la vida se expresa.  Guiados por un director invisible, diferentes especies de aves iniciaron sus trinos, saludando al nuevo  día con una intensidad que Alarich jamás supo apreciar, obsesionado como estaba, por descubrir seres legendarios.

El mayordomo irrumpió en la habitación con intención de preparar el cuerpo de para los ritos fúnebres y a poco le da un pasmo al encontrar a su señor extasiado frente al ventanal.

- Señor, ¿pero cómo es posible? Anoche certificaron su… defunción.

- Hans, prepara nuestro equipaje. Volvemos a casa.

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